Leo en un periódico extremeño un artículo que nos concierne a todos:
actos violentos, de acoso y humillación a compañeros, que se producen de
manera más o menos recurrente en nuestras aulas.
Un fenómeno ancestral,
que ahora se hace muy visible y se despliega con toda su contundencia a
través de las redes sociales. Adolescentes atrapados en una red de la
que a veces, incluso con ayuda externa, es difícil liberarse y con
secuelas futuras impredecibles, según el carácter y el entorno de cada uno, la intensidad del suceso o la ascendencia de los agresores en la víctima.
Además de reflexionar sobre ello a menudo y estar muy alerta en los
centros donde he trabajado, a veces intento descender a la raíz del
asunto y casi siempre me topo con cuestiones que trascienden la
educación formal. O mejor dicho, la atraviesan de parte a parte y la
dejan atrás, para seguir su camino: el concepto de moralidad que hemos
desarrollado en nuestra sociedad.
Unos valores –la no violencia, la ausencia de afán posesivo, no robar…- que se han inculcado como mandamientos morales, centrados en el “otro”, preceptos aconsejables para un buen funcionamiento social. Pocas veces abordados como auténtico medio de higiene interior, de pureza personal. Sencilla y simplemente, metas altruistas: “Niños, no debéis ser violentos porque la violencia hace daño a los demás. No hagáis daño a nadie, porque los humanos somos una sola familia y hacer daño es pecado”. Perspectiva seguida incluso por Mahatma Gandhi. Así podemos conseguir, en el mejor de los casos, buenos ciudadanos, civilizados, pero no ciudadanos realmente no violentos.
La educación, y la vida en general, no debieran reducirse a cumplir mandamientos. Esos valores citados no deberíamos enseñarlos como metas altruistas, sino como caminos de purificación personal, desplegables en interés propio, como vías de desarrollo auténticamente humano y de crecimiento personal, que te dan salud interior. La cuestión no es el “otro”, sino “tú”. Un dimensión totalmente distinta; podríamos decir que “egoísta” más que “altruista”. Y no son, además, perspectivas que entren en contradicción: El altruismo florece sólo en aquel que ha desarrollado personalmente estos valores, que se ha “centrado en sí mismo “y ha descubierto ese sendero por sí mismo - con ayuda de modelos, en casa o en la escuela-
De esta forma, y de manera natural y espontánea, es como considero que los demás salen beneficiados de nuestra actitud. La moralidad como proyección, como sombra o reflejo de lo que es uno mismo.
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